Siempre he sido un poco maniática en algunos temas como el de la puntualidad. No respetar la hora en la que se ha quedado lo considero una falta de respeto hacia la otra persona, una forma de jugar con su tiempo y de alguna manera con la organización de sus actividades y con su vida.
Esto que en ocasiones puede parecer tan trivial “total 10 minutos”… o “total en un viaje de casi cuatro horas, retrasarse una, o dos, o modificar totalmente la hora de llegada establecida siempre con una u otra excusa” constituye tan sólo la punta del iceberg del poco valor que damos a nuestra palabra y de lo poco que nos importan las personas implicadas. Es como un insulto sin palabras, rectifico, un intento de zaherir a los demás cuando lo que hace quien incumple es recibir un boomerang de la intención de su acción.
En mi formación como Coach, y en nuestros talleres y cursos en coaching e inteligencia emocional, hacemos un especial hincapié en el valor de la palabra. Consideramos la palabra dada como nuestra principal tarjeta de presentación. El valor que doy a mi palabra es mi identidad, define lo que soy, quien soy y como me relaciono con los demás. Define mi credibilidad, mi moralidad, establece si soy o no digno de confianza no sólo en lo personal sino en lo profesional. Mi palabra soy yo. Si algo puede establecer lo que valgo es la credibilidad en lo que digo, por las implicaciones que tiene. Incluso la credibilidad en lo que no comunico verbalmente pero transmito de manera no verbal.
Es cierto que actualmente el valor de la palabra dada está a la baja. Y no sólo de la palabra comprometida verbalmente, sino de la escrita y concertada en cualquiera de los medios de comunicación que nos permiten emitir nuestros mensajes sin tener siquiera que hablar con la otra persona.
Ya no se hace extraño el anular reuniones y conferencias mediante mensajes de e-mail o whatsap, a veces incluso con posterioridad a la hora en la que hipotéticamente deberían haber comenzado. Cada vez es más frecuente el incumplir los compromisos pactados de fechas en la elaboración de trabajos y proyectos conjuntos. De igual modo que la frase “¿dónde está eso escrito?” cuando reclamas una parte de un compromiso en una compra o servicio a alguien a quien suponías de confianza, es cada vez más habitual. Incluso aún sabiendo que se ha elegido como proveedor o patner entre varias ofertas por el valor que suponía la confianza existente.
Sin sonrojos de ningún tipo. Y, generalmente, con la palabra honestidad de manera permanente en la boca de quien tiende a incumplir su compromiso. Ya lo dice el refrán “dime de que presumes …”
A pesar de que la palabra empeñada cada vez es menos sinónimo de garantía debemos esforzarnos en dotar de valor a la nuestra, contribuir a otorgar de nuevoe valor reala los conceptos de honestidad, compromiso, palabra otorgada. No ser solamente tópicos con los que nos expresamos de manera grandilocuente ni que añadimos como valores propios o de empresa. Es necesario generar un clima de confianza alrededor nuestro, y porque no, ser ejemplo.
Desde el tema personal y familiar, no prometiendo ni amenazando a los niños aquello que no vamos a cumplir, para no generar falsas expectativas y posteriores decepciones, ni temores infundados. Debemos contribuir a establecer un clima de confianza, para enseñar a aquellos para quienes somos ejemplo un comportamiento responsable y sincero. Será difícil el pedir a los niños y adolescentes sinceridad y compromiso, si están acostumbrados a que los adultos lo incumplamos de manera sistemática. Es cierto que en ocasiones no somos conscientes de lo que hacemos, prometemos ir al parque o de excursión o al cine, cuando sabemos que posiblemente no podamos hacerlo. Generamos una ilusión y motivamos a hacer algo con la promesa de una recompensa que no damos, no por mala fé, sino por imposibilidad de disponer de tiempo o medios.
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